El atardecer anaranjado que
Astaroth había visto hace rato a través de la ventana se había convertido en
negro antes de lo que él creía. Las luces de los apartamentos contiguos
comenzaban a encenderse por la ausencia de sol y se acercaba la hora cenar. No
es que ellos lo necesitaran, era solamente otro ritual humano que habían
adoptado y que usualmente repetían; así que preparaban algún plato que tuviera
buen sabor y lo acompañaban de una botella de alcohol proveniente del Infierno.
Y aunque al día siguiente se despertaran desnudos y en medio de lo que parecía
su salón convertido en una leonera, ellos seguían disfrutando de esa íntima
velada de desmadre.
Astaroth no tenía hambre, y además se sentía fatigado. Prácticamente se
había pasado el día leyendo y teniendo sexo. Salió del baño, fue al lavabo y se
lavó las manos, mientras pensaba si Andrew querría algo para cenar y si debía
prepararle algo, por pura cortesía. “Aunque en la nota dijo que no le
esperara…mmm. Mejor lo llamo, sólo para estar seguro” pensó. Recordó haber
dejado el teléfono móvil en el salón por la mañana, así que caminó hasta
allí, lo agarró de encima de la mesa de
cristal y tocó la pequeña imagen de la cara de Andrew de su pantalla. Se sentó
con las piernas cruzadas en el sofá de cuero negro y esperó a que respondieran
desde el otro lado de la línea.
…piii-piii-piii…*Clic*
-
¿Hola?, soy As. Te llamo por si te apetece que
te haga algo esta noche…
-
As, ¿me vas a preparar algo? Qué detalle… ¡Eh!
-
… - se separó el aparato de la oreja sin saber
qué contestar. Se escuchaban varias voces exaltadas de fondo. Como si varias
personas se estuviesen peleando.
-
¿As? - sonó desde el otro lado.- Ya estoy, sólo
ha sido un pequeño altercado.
-
¿Va todo bien?
-
Sí, sí, no te preocupes. Hemos capturado a unos
capullos de otra mafia y uno de ellos se quería escapar. Así que no prepares
nada, que yo llevaré la cena…amordazada y envuelta en cinta americana.- rió de
manera siniestra. Se oyó un gemido asustado.
-
Vale. Hasta ahora.
-
Adiós.- y
colgó.
“Ay, está hecho un
sádico” suspiró Astaroth. Andrew “trabajaba” en un círculo mafioso liderado por
Robert, un magnate muy conocido en la ciudad, aunque más por sus riquezas que
por su puesto en la mafia. Andrew no trabajaba para él como cualquier otro,
sólo de vez en cuando se pasaba por su territorio y le echaba una mano con algún
asunto. Asunto que, por lo general, solía rozar la ilegalidad. Robert y Andrew
cuentan con muchos años de amistad y camarería a sus espaldas. Probablemente,
sólo éste último y otras muy pocas personas sepan acerca de la verdadera
identidad de Robert como demonio; y viceversa.
De esa manera,
cuando deben de hacer desaparecer a alguien del mapa aprovechan y se alimentan
de esa persona. Más tarde ordenaban a otros que se deshicieran del cadáver.
Mientras esperaba la
llegada de Andrew, Astaroth se entretuvo ordenando los viejos diarios por orden
cronológico. El orden hacía que le entrara ansiedad, y por la manera en que los había tirado
antes, parecía que a Andrew eso no le importaba demasiado. Casi terminó a tiempo
para el regreso del pelirrojo, que entró por la puerta pegando voces:
-
¡As, ya estoy aquí! ¡Mira lo que te traigo!- con
el último diario por colocar en la mano, Astaroth salió del despacho. En el
recibidor, el otro demonio le esperaba con la misma sonrisa con la que se le
regala un cachorro a un niño. A sus pies había arrodillado un hombre con la
ropa sucia y la frente y las entradas sudorosas. Estaba maniatado con cinta
aislante y amordazado con un trapo sucio. Miraba a todas partes con una mirada
nerviosa.- Es todo tuyo; yo ya me encargué del mío hace un rato.
-
No se puede decir que tenga muy buena pinta –lo
analizó con la mirada- pero gracias.- sonrió al final. Andrew agarró al hombre
del poco pelo que le quedaba en la cabeza y se la echó hacia atrás.
-
Adelante. Todo tuyo.
El hombre comenzó a agitarse cuando vio a Astaroth acercarse. A menos de
un palmo de distancia, el demonio se agachó abalanzándose hacia él y le sujetó
con fuerza la mandíbula. Le quitó el trapo y antes de permitirle emitir
cualquier sonido, pegó su boca a la suya; no como un beso, sino como un boca a
boca. El hombre abandonó toda resistencia; de repente, sus ojos parecían
muertos y lejanos. Astaroth separó su rostro del de él y miró la partícula
brillante que salía del muerto: una minúscula luciérnaga grisácea que flotaba con
lentitud. Entonces, se acercó a ella y la engulló con la boca.
******************
-
¿Cuánto hacía que no te alimentabas?- preguntó
Andrew acomodándose entre las impolutas sábanas blancas de la cama. Se estaba
subiendo la ropa de cama hasta la cintura, dejando el pecho desnudo al aire.
Astaroth, por su parte, estaba sentado en el borde del colchón asegurando la
hora del despertador verde oscuro de su mesita.
-
No sé…dieciocho días, creo.
-
Pues para no saberlo has sido muy preciso.-se
arrimó a su espalda y metió la cabeza en la camiseta de Astaroth. Le rodeó la
cintura con los brazos mientras comenzaba a repartir besos por su espalda.-
¿Por qué no duermes desnudo tú también?- El otro demonio le apartó la cara con
un libro.
-
Chsst, atrás. Bastante me has pervertido hoy.-se
tumbó y apagó todas las luces del dormitorio menos la de su mesita de noche.
-
¿Bastante? Pero si sólo lo hemos hecho una vez…-
murmuró molesto- ¿Por qué pones el despertador? ¿Mañana trabajas?
-
Sí –respondió- , pero antes de dormir voy a leer
un poco.
-
Valep – Andrew se acurrucó contra el tronco del
otro y volvió a rodearlo con sus musculosos brazos.
Astaroth lo observó respirar profundamente varias veces antes de
quedarse dormido, aún abrazado a su torso. “Con qué rapidez se queda dormido;
parece un niño…”
Abrió el libro (el último diario que le faltó por guardar, de 1850) y lo
leyó por encima, buscando las páginas que quería.
“Aquí
está” pensó “principios de mayo:”
Incluso el servicio sospecha que algo ha debido de ocurrirme, pude notarlo en cuanto Valerie cruzó la puerta de la cocina; no tuve más remedio que seguirle la corriente y fingir que salir sería una buena idea. De todas formas, debería salir, o más humanos sospecharán de mi comportamiento.
El día se presentaba tranquilo y con las
señales propias de la mezcla entre la primavera y el verano. Las calles estaban
abarrotadas de carruajes y de las personas de la ciudad que cargaban cestas de
ropas, fruta, flores, y otras cosas para su negocio. Ya que el calor cada vez
se advertía más, ordené que me pusieran ropas de abrigo no muy gruesas, y que
además, fueran de color oscuro. Isabella no era pariente mía, pero por ser su
tía la duquesa una conocida era lo propio apoyar su pérdida usando vestimentas
oscuras.
Después de vestirme le advertí al chófer que
al final no iríamos en coche, sino a pie, hasta la avenida comercial del centro
de la ciudad. Dejó de atender a los caballos y se vistió más elegante; con el
uniforme de un mayordomo. Me gusta que el servicio que trabaja dentro de la
mansión se quede dentro de ella, por lo que cuando salgo a la calle me acompaña
el chófer.
Una vez estuvimos preparados, salimos dejando
la propiedad en manos de las criadas. Habríamos estado expuestos al cegador
brillo del sol si no fuera por nuestras chaquetas y guantes (en mi caso,
también un sombrero de copa).
Caminamos por las empedradas calles sin prisa
pero tampoco sin pausa, esquivando a los niños que corrían y sin pararnos a oír
las noticias que comunicaba a voces el pregonero; yo delante y el chófer
detrás. Enseguida me llegó el exquisito aroma del pan y los pasteles recién
hechos de la panadería de la avenida comercial, y entonces supe que ya habíamos
llegado. Pasamos por delante de la veintena de elegantes escaparates de las
tiendas de tocados, polvos y perfumería, joyería, etc. Y por fin alcanzamos la
librería, que fue mi destino desde el principio. Mi acompañante me abrió la
puerta y me dejó entrar primero. Con la apertura de la puerta se escuchó el
tintineo de una pequeña campana colgada en el techo para avisar al propietario
de la llegada de clientes. El olor del cuero y las hojas de los libros me hizo
olvidar el de los pasteles; siempre he apreciado esa capacidad de los libros
para deleitar al lector no sólo con su contenido sino también con su olor.
La madera del suelo crujió ligeramente bajo
nuestros pies mientras nos adentrábamos unos pasos en la tienda. En frente de
la entrada se encuentra el expositor con la caja registradora metalizada y
algunos ejemplares más caros y antiguos; todos llenos de polvo. Alrededor del
expositor están las abarrotadas estanterías de madera, dispuestas casi como un
laberinto y con un espacio de apenas un metro entre ellas para ahorrar espacio.
Algunos tomos habían sido colocados de forma horizontal encima de otros.
Un caballero situado frente al mostrador se
tocó ligeramente el ala de su sombrero de copa a modo de saludo.
-Buenas – no iba a ser menos que él,
así que también lo saludé; pero con el mismo “entusiasmo”.
Ignoré a los presentes y me acerqué a las
estanterías en busca de algún ejemplar que valiera la pena. Las obras que me
había comprado hace poco ya me las había leído varias veces y ansiaba encontrar
algunas otras que me atrajeran. Calculé mentalmente: un libro me mantiene
ocupado dos o tres días; tres, una semana más o menos; cinco (si es que llevaba
suficiente dinero encima para poder llevármelos) casi dos semanas…
Inmerso en mis pensamientos, ignoro cuándo
sonó la campana de la entrada y mucho menos, en qué momento apareció ese
sujeto, pero reconozco que fue vergonzoso por mi parte el intentar ocultarme
tras la estantería de madera.
-Buenos días, Mcfurry.-
el sujeto saludó al hombre del mostrador el cual le devolvió el saludo. Entonces
se giró y exclamó-: ¡Señor Lynne!¡Menuda coincidencia! – y sonrió. Con todo el
orgullo y frialdad que pude acumular le respondí:
-Buenos días, señor
Wright. – Y como si mis palabras hubieren sido una sentencia, pude predecir que
algo iba a salir mal en la pequeña librería.
Wow, la verdad es que admiro a la gente que escribe fanfics, yo creo que sería incapaz, con la poca imaginación que tengo...
ResponderEliminarMe encanta lo que he podido leer, así que voy a seguir echando un vistazo por estos lares.