sábado, 18 de abril de 2015

Crónicas de un Amor Demoníaco - Capítulo 8

El atardecer anaranjado que Astaroth había visto hace rato a través de la ventana se había convertido en negro antes de lo que él creía. Las luces de los apartamentos contiguos comenzaban a encenderse por la ausencia de sol y se acercaba la hora cenar. No es que ellos lo necesitaran, era solamente otro ritual humano que habían adoptado y que usualmente repetían; así que preparaban algún plato que tuviera buen sabor y lo acompañaban de una botella de alcohol proveniente del Infierno. Y aunque al día siguiente se despertaran desnudos y en medio de lo que parecía su salón convertido en una leonera, ellos seguían disfrutando de esa íntima velada de desmadre.
  Astaroth no tenía hambre, y además se sentía fatigado. Prácticamente se había pasado el día leyendo y teniendo sexo. Salió del baño, fue al lavabo y se lavó las manos, mientras pensaba si Andrew querría algo para cenar y si debía prepararle algo, por pura cortesía. “Aunque en la nota dijo que no le esperara…mmm. Mejor lo llamo, sólo para estar seguro” pensó. Recordó haber dejado el teléfono móvil en el salón por la mañana, así que caminó hasta allí,  lo agarró de encima de la mesa de cristal y tocó la pequeña imagen de la cara de Andrew de su pantalla. Se sentó con las piernas cruzadas en el sofá de cuero negro y esperó a que respondieran desde el otro lado de la línea.
…piii-piii-piii…*Clic*
-          ¿Hola?, soy As. Te llamo por si te apetece que te haga algo esta noche…
-          As, ¿me vas a preparar algo? Qué detalle… ¡Eh!
-          … - se separó el aparato de la oreja sin saber qué contestar. Se escuchaban varias voces exaltadas de fondo. Como si varias personas se estuviesen peleando.
-          ¿As? - sonó desde el otro lado.- Ya estoy, sólo ha sido un pequeño altercado.
-          ¿Va todo bien?
-          Sí, sí, no te preocupes. Hemos capturado a unos capullos de otra mafia y uno de ellos se quería escapar. Así que no prepares nada, que yo llevaré la cena…amordazada y envuelta en cinta americana.- rió de manera siniestra. Se oyó un gemido asustado.
-          Vale. Hasta ahora.
-          Adiós.-  y colgó.

    “Ay, está hecho un sádico” suspiró Astaroth. Andrew “trabajaba” en un círculo mafioso liderado por Robert, un magnate muy conocido en la ciudad, aunque más por sus riquezas que por su puesto en la mafia. Andrew no trabajaba para él como cualquier otro, sólo de vez en cuando se pasaba por su territorio y le echaba una mano con algún asunto. Asunto que, por lo general, solía rozar la ilegalidad. Robert y Andrew cuentan con muchos años de amistad y camarería a sus espaldas. Probablemente, sólo éste último y otras muy pocas personas sepan acerca de la verdadera identidad de Robert como demonio; y viceversa.
  De esa manera, cuando deben de hacer desaparecer a alguien del mapa aprovechan y se alimentan de esa persona. Más tarde ordenaban a otros que se deshicieran del cadáver.
 
  Mientras esperaba la llegada de Andrew, Astaroth se entretuvo ordenando los viejos diarios por orden cronológico. El orden hacía que le entrara ansiedad,  y por la manera en que los había tirado antes, parecía que a Andrew eso no le importaba demasiado. Casi terminó a tiempo para el regreso del pelirrojo, que entró por la puerta pegando voces:
-          ¡As, ya estoy aquí! ¡Mira lo que te traigo!- con el último diario por colocar en la mano, Astaroth salió del despacho. En el recibidor, el otro demonio le esperaba con la misma sonrisa con la que se le regala un cachorro a un niño. A sus pies había arrodillado un hombre con la ropa sucia y la frente y las entradas sudorosas. Estaba maniatado con cinta aislante y amordazado con un trapo sucio. Miraba a todas partes con una mirada nerviosa.- Es todo tuyo; yo ya me encargué del mío hace un rato.
-          No se puede decir que tenga muy buena pinta –lo analizó con la mirada- pero gracias.- sonrió al final. Andrew agarró al hombre del poco pelo que le quedaba en la cabeza y se la echó hacia atrás.
-          Adelante. Todo tuyo.
  El hombre comenzó a agitarse cuando vio a Astaroth acercarse. A menos de un palmo de distancia, el demonio se agachó abalanzándose hacia él y le sujetó con fuerza la mandíbula. Le quitó el trapo y antes de permitirle emitir cualquier sonido, pegó su boca a la suya; no como un beso, sino como un boca a boca. El hombre abandonó toda resistencia; de repente, sus ojos parecían muertos y lejanos. Astaroth separó su rostro del de él y miró la partícula brillante que salía del muerto: una minúscula luciérnaga grisácea que flotaba con lentitud. Entonces, se acercó a ella y la engulló con la boca.
******************
 
-          ¿Cuánto hacía que no te alimentabas?- preguntó Andrew acomodándose entre las impolutas sábanas blancas de la cama. Se estaba subiendo la ropa de cama hasta la cintura, dejando el pecho desnudo al aire. Astaroth, por su parte, estaba sentado en el borde del colchón asegurando la hora del despertador verde oscuro de su mesita.
-          No sé…dieciocho días, creo.
-          Pues para no saberlo has sido muy preciso.-se arrimó a su espalda y metió la cabeza en la camiseta de Astaroth. Le rodeó la cintura con los brazos mientras comenzaba a repartir besos por su espalda.- ¿Por qué no duermes desnudo tú también?- El otro demonio le apartó la cara con un libro.
-          Chsst, atrás. Bastante me has pervertido hoy.-se tumbó y apagó todas las luces del dormitorio menos la de su mesita de noche.
-          ¿Bastante? Pero si sólo lo hemos hecho una vez…- murmuró molesto- ¿Por qué pones el despertador? ¿Mañana trabajas?
-          Sí –respondió- , pero antes de dormir voy a leer un poco.
-          Valep – Andrew se acurrucó contra el tronco del otro y volvió a rodearlo con sus musculosos brazos.
  Astaroth lo observó respirar profundamente varias veces antes de quedarse dormido, aún abrazado a su torso. “Con qué rapidez se queda dormido; parece un niño…”
  Abrió el libro (el último diario que le faltó por guardar, de 1850) y lo leyó por encima, buscando las páginas que quería.
  “Aquí está” pensó “principios de mayo:”

  
  Incluso el servicio sospecha que algo ha debido de ocurrirme, pude notarlo en cuanto Valerie cruzó la puerta de la cocina; no tuve más remedio que seguirle la corriente y fingir que salir sería una buena idea. De todas formas, debería salir, o más humanos sospecharán de mi comportamiento.
  El día se presentaba tranquilo y con las señales propias de la mezcla entre la primavera y el verano. Las calles estaban abarrotadas de carruajes y de las personas de la ciudad que cargaban cestas de ropas, fruta, flores, y otras cosas para su negocio. Ya que el calor cada vez se advertía más, ordené que me pusieran ropas de abrigo no muy gruesas, y que además, fueran de color oscuro. Isabella no era pariente mía, pero por ser su tía la duquesa una conocida era lo propio apoyar su pérdida usando vestimentas oscuras.
  Después de vestirme le advertí al chófer que al final no iríamos en coche, sino a pie, hasta la avenida comercial del centro de la ciudad. Dejó de atender a los caballos y se vistió más elegante; con el uniforme de un mayordomo. Me gusta que el servicio que trabaja dentro de la mansión se quede dentro de ella, por lo que cuando salgo a la calle me acompaña el chófer.
  Una vez estuvimos preparados, salimos dejando la propiedad en manos de las criadas. Habríamos estado expuestos al cegador brillo del sol si no fuera por nuestras chaquetas y guantes (en mi caso, también un sombrero de copa).
  Caminamos por las empedradas calles sin prisa pero tampoco sin pausa, esquivando a los niños que corrían y sin pararnos a oír las noticias que comunicaba a voces el pregonero; yo delante y el chófer detrás. Enseguida me llegó el exquisito aroma del pan y los pasteles recién hechos de la panadería de la avenida comercial, y entonces supe que ya habíamos llegado. Pasamos por delante de la veintena de elegantes escaparates de las tiendas de tocados, polvos y perfumería, joyería, etc. Y por fin alcanzamos la librería, que fue mi destino desde el principio. Mi acompañante me abrió la puerta y me dejó entrar primero. Con la apertura de la puerta se escuchó el tintineo de una pequeña campana colgada en el techo para avisar al propietario de la llegada de clientes. El olor del cuero y las hojas de los libros me hizo olvidar el de los pasteles; siempre he apreciado esa capacidad de los libros para deleitar al lector no sólo con su contenido sino también con su olor.
  La madera del suelo crujió ligeramente bajo nuestros pies mientras nos adentrábamos unos pasos en la tienda. En frente de la entrada se encuentra el expositor con la caja registradora metalizada y algunos ejemplares más caros y antiguos; todos llenos de polvo. Alrededor del expositor están las abarrotadas estanterías de madera, dispuestas casi como un laberinto y con un espacio de apenas un metro entre ellas para ahorrar espacio. Algunos tomos habían sido colocados de forma horizontal encima de otros.
  Un caballero situado frente al mostrador se tocó ligeramente el ala de su sombrero de copa a modo de saludo.
-Buenas – no iba a ser menos que él, así que también lo saludé; pero con el mismo “entusiasmo”.
  Ignoré a los presentes y me acerqué a las estanterías en busca de algún ejemplar que valiera la pena. Las obras que me había comprado hace poco ya me las había leído varias veces y ansiaba encontrar algunas otras que me atrajeran. Calculé mentalmente: un libro me mantiene ocupado dos o tres días; tres, una semana más o menos; cinco (si es que llevaba suficiente dinero encima para poder llevármelos) casi dos semanas…
  Inmerso en mis pensamientos, ignoro cuándo sonó la campana de la entrada y mucho menos, en qué momento apareció ese sujeto, pero reconozco que fue vergonzoso por mi parte el intentar ocultarme tras la estantería de madera.
-Buenos días, Mcfurry.- el sujeto saludó al hombre del mostrador el cual le devolvió el saludo. Entonces se giró y exclamó-: ¡Señor Lynne!¡Menuda coincidencia! – y sonrió. Con todo el orgullo y frialdad que pude acumular le respondí:
-Buenos días, señor Wright. – Y como si mis palabras hubieren sido una sentencia, pude predecir que algo iba a salir mal en la pequeña librería.

1 comentario:

  1. Wow, la verdad es que admiro a la gente que escribe fanfics, yo creo que sería incapaz, con la poca imaginación que tengo...
    Me encanta lo que he podido leer, así que voy a seguir echando un vistazo por estos lares.

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