lunes, 20 de octubre de 2014

Crónicas de un amor demoníaco - Capitulo 01 - La llegada

Hace 170 años…

La región más silenciosa del Infierno era una larga extensión de terreno negro. Allí el cielo era rojizo, y el aire, frío y pesado. La tierra, oscura como el carbón, era húmeda y gélida. En ella sólo crecían troncos de árboles retorcidos y sin hojas, como en todo el ecosistema del Reino de Hades.

Era común encontrar por allí mansiones y palacios donde habitaban los seres no malditos: los demonios. Algunos con más poder y riqueza que otros, celebraban banquetes y bailes. A veces incluso, realizaban sacrificios por diversión o para el deleite del Rey Demonio. Otras veces visitaban la zona en la que los malditos (es decir, los humanos pecadores) eran castigados y torturados por sus crímenes en vida. Los demonios encuentran deliciosos los gritos y aullidos de dolor de las víctimas; es uno de sus mejores pasatiempos. Las súplicas y llantos inspiran  las mejores poesías.

Así vivían los demonios. Tranquilos en su burbuja de perversión y maldad, ya que el averno es un lugar inmodificable: la maldad es algo que siempre ha existido y siempre existirá, por lo que es una tontería cambiar el lugar donde habitan los seres más malvados que existen.

Pero hubo un día en que aquella villa de aristócratas demoníacos dejó de ser tranquila. Primero se escuchó el silbido del viento más alto de lo normal, y luego, una impresionante explosión. Una gigantesca onda verde lo sacudió todo, arrancando árboles de raíz a su paso. Del castillo más imponente emanaba un brillo espectral, y de él salía una columna de humo y polvo por la explosión. Todo este revuelo puso en alerta a los guardias, que se acercaron al lugar para inspeccionar.  Sabían que solo un demonio de los más poderosos podía realizar tal conjuro: el de teletransportarse a otro mundo. Y todos sabían perfectamente a quien pertenecía dicho castillo.

Ese ser tenebroso e intimidante había ido al mundo humano.


En el mundo humano en ese mismo instante…

Los primeros rayos del amanecer empezaban a aparecer. Un pequeño gato de pelaje blanco como la nieve recibió de lleno la luz. Agitó las orejas y la cola al despertarse, y luego se dio la vuelta para evitar el sol, pero de poco le sirvió. Fastidiado, se levantó y estiró con elegancia. “Quizá en casa pueda seguir durmiendo sin esa estúpida bola luminosa me moleste” pensó. Nunca se alejaba de ella demasiado, así que solo tuvo que subir a unas cajas apiladas para poder llegar a un muro e ir saltando de tejado en tejado para llegar a su hogar. Se asomó al alfeizar de una ventana del segundo piso y entro en la casa. Ahora se encontraba en un luminoso dormitorio.

-Chef – alguien le llamó, pero el gato prefirió ir hacia la blanca y esponjosa cama. –Chef, ven aquí.
Miró a la persona que le llamaba. Esta estaba sentada en la silla del escritorio en frente de la cama. Sus piernas estaban cruzadas, una de sus manos estaba apoyada en la mesa, y la otra estirada en la dirección a la que se encontraba el pequeño felino, llamándolo. El gato estiró las patas y se dirigió hacia él.

-Eso es, buen chico- le felicitó su dueño. Antes le daba un poquito de pescado seco cada vez que se respondía al nombre, pero ahora que lo tenía amaestrado no le daba nada.

Su amo olía a jabón y a ese perfume especial que él poseía. Siempre llevaba la ropa impoluta y sin ni una sola arruga. Su pelo estaba ligeramente peinado. Este era de un blanco parecido al pelaje de su mascota, pero ligeramente gris. No era por la edad, simplemente su cabello era así.

-Estaba escribiendo en mi diario, ayer me encontraba demasiado fatigado como para hacerlo - dijo mientras dejaba al gato a un lado de su escritorio. Después cogió una pluma plateada y la mojó en el tintero para retomar su escritura.- No hay nada como escribir así - dijo para sí mismo.

Por puro hábito, solía sentarse cada noche a relatar su jornada.  Su vida era muy larga y podría olvidar ciertas cosas, así que era mejor llevar una especie de registro. Nunca lo hacía en la cama, pues una vez manchó uno de sus juegos favoritos de sábanas con unas gotas de tinta negra.

Alguien llamó a la puerta.

-Adelante.- La puerta se abrió y una muchacha vestida de criada dio un paso en el interior de la estancia.

-¿Desea que le sirva el desayuno aquí, señor?- dijo tímidamente. El hombre sonrió.

-Gracias, Valerie, pero lo tomaré abajo, en el comedor.

-Sí, señor - le devolvió la sonrisa sonrojada y salió silenciosamente cerrando la puerta con cuidado. Caminó por el pasillo lleno de cuadros y, cuando estuvo lo suficiente mente lejos, se puso a dar saltitos corriendo hasta la cocina. Allí se encontraban dos mujeres más.

-¡Valerie, compórtate!- le riñó la mayor de las señoras.

-¡Oh, mamá! ¡Pero él me ha sonreído! Estaba tan guapo…

-¿”Mamá”?- inquirió la señora.

-O sea, mmmm, madre - se corrigió Valerie.

-¡Estamos en la casa del archiduque!- se escucharon pasos provenientes de las escaleras. La mujer calló alarmada y se dirigió a su hija con siseos- Por favor, Valerie, compórtate, ¿vale?- Le pasó una bandeja con el desayuno y la animó a salir rápidamente de la cocina.

En el comedor, el hombre esperaba sentado de manera elegante, mirando el cielo por la ventana. Su gato jugaba con las patas de la silla.

-Señor…- murmuró la criada con respeto. Apoyó la bandeja sobre la brillante superficie de la mesa y dispuso la comida como sabía que le gustaba al señor: la fruta a la izquierda, el pan y sus acompañamientos a la derecha y el té en el dentro con su jarra de leche al lado de él.

-Gracias, Valerie. ¿Y podrías traerle a Chef un plato de leche templada?

-Claro, señor. Inmediatamente.- Le brillaban los ojos.

-Gracias.- Y volvió a sonreír. La muchacha regresó apresuradamente a la cocina sin poder contener su emoción.

El gato enfadado empezó a maullar, nunca le traían la leche a no ser que su amo la pidiese. A lo mejor era porque antes era un simple gato callejero.

-Toma, no te pongas así.- El hombre vertió un poco de leche en el platito de la taza y se la puso en el suelo al lado de la silla, junto con un poco de pavo.- Y cuando termines te esperas a que te traigan más.- El felino se abalanzó a su esperado desayuno, mientras su amo le miraba divertido.

Entonces su rostro se volvió serio de repente… Cogió una de las manzanas del bol y la admiró dándole vueltas entre sus dedos.

-Total, esto a mí no me llena.- Dijo para sí mismo. Abrió la boca, mostrando su dentadura perfecta, donde le crecieron unos colmillos.  Los clavó en la fruta, y de un mordisco arrancó media manzana. Y mientras masticaba lentamente la deliciosa fruta, un poco de jugo se le escapaba entre las comisuras de los labios, resbalando por su mentón. 

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