sábado, 11 de julio de 2015

Crónicas de un Amor Demoníaco - Capítulo 9

“Oh, Todopoderoso Rey de los Infiernos, ¿qué hecho para que me tortures de esta manera? ¿No he devorado acaso suficientes humanos? ¿No he cumplido con mi deber como demonio como es debido?”
-       ¿Qué te ocurre, Lynne?- preguntó a mis espaldas con voz tranquila- Te veo tenso.
“Diablos” pensé, y me di una palmada en la frente con irritación.
-        Señor WRIGHT- dije con retintilín- le agradecería que en público guardara las distancias. A ser posible, de varios kilómetros.- Se acercó y ronroneó:
   -     ¿Eso significa que en privado puedo acercarme cuanto quiera?
La temperatura de mis orejas subió varios grados sin poder evitarlo. “Maldita sea, ¡lo hace a posta! ¡Le gusta verme en apuros!”. Giré a la izquierda y me introduje más en el pequeño laberinto de estanterías de la tienda.
-       ¿Y por qué ese tono cuando dijo mi nombre?- apareció tras la esquina por la que me había ido unos segundos después. “Ignóralo. No le prestes atención”, y así lo hice: agarré un lomo lleno de polvo (el primero que vi) y lo abrí por la primera página.
Las hojas estaban ligeramente más amarillas de lo normal y la tinta no estaba bien definida. Sólo pude captar unas pocas palabras sobre “cultura” y “salvajismo” antes de que volvieran a ponérseme los pelos de punta. Estaba detrás de mí, podía sentir sus ojos por encima de mis hombros.
-       Cof cof- tosió Wright sin naturalidad. Yo le ignoré y traté de seguir leyendo:
<< Debemos tener en cuenta las diferencias entre las muy distintas culturas y formas de vida entre los…>>
-       Ejem, ejem- tosió de nuevo.
<<…por una parte, el sujeto se muestra expectante ante la posibilidad de cambio…>>
¡Eeejem, eeejem!- elevó la voz de golpe; pude sentir las miradas del resto de los presentes en nosotros, a pesar de las estanterías que nos tapaban.-¡COOF, COOF!
-       ¡Ya está bien, ¿qué es lo que quiere?!-susurré con urgencia sin poder aguantarlo más.
-       Que deje de ignorarme.
-       JA- exclamé, pero en seguida me tape la boca. Notaba unas vibraciones de interés en el aura de los presentes, así que reduje el volumen- No creo que eso sea posible viniendo de mí; pídaselo a Santa Claus.
Le di con el libro lleno de polvo en el pecho procurando hacerlo sin suavidad y volví a escabullirme por una esquina. Cada vez estaba más oculto de los oídos indiscretos de los demás; sabía que iba a seguir acosándome, pero si lo hacía, prefería que fuera sin que los demás se dieran cuenta. Creo que le temo más al ridículo en público que al tozudo carácter de Wright.
-       Lynne- apareció de golpe agarrándome un lado de la cintura. Pegué un bote del suelo y se me erizaron los cabellos de la nuca.- Jajajajaja…- rió con suavidad en un susurro.
-       Me cago en la Virg… ¡Wright!- siguió riéndose aunque esta vez en silencio. Su pecho y sus hombros se movían al ritmo de su respiración acelerada mientras trataba de reír en voz baja. Tenía los ojos cerrados y parecían humedecerse a medida que seguía riéndose- No tiene gracia. Eh, Wright. ¡Wright! ¡Ya está bien!
Paró de reírse pero mantuvo en su cara una sonrisa burlona. Los ojos le brillaban. Se mantuvo así un momento, sonriendo, y yo aguantándole la mirada con fiereza; hasta que apretó la mano que tenía en mi cintura (de la cual me había olvidado) y me acercó a él.
-       Ja, ja…vale, vale, lo siento- me pasó un brazo por los hombros- No ha tenido gracia, jaja.
Quedé con la cara pegada a su cuello, mientras sentía que el aire que expulsaba por la nariz hacía que se me moviera un mechón del flequillo. Dejando a un lado la incomodidad de estar rodeado por unos brazos ajenos y el olor a polvo de su ropa, pude notar que, a medida que se alargaba el abrazo, me llegaba cada vez más y más calor, aunque no supe decir si era de mi propia ropa o de su piel.
De forma inesperada, comencé a escuchar los latidos de mi propio corazón en mis oídos. Estaban mezclados con la exaltación del momento y un poco de miedo. Tragué saliva.
La mano que había dejado en mi cintura comenzó a moverse, lentamente, hacia abajo, pasando por el grueso cinturón de cuero que sujetaba mis pantalones. La metió por debajo de mi abrigo y entonces, di un respingo.
-       ¡!- tensé los brazos- …¡Wright!- susurré.
-       Sssh- me chistó- …aguanta.
Me besó la oreja y siguió con su propósito. Continuó bajando la mano hasta llevarla a un lado de mi cadera.
“Oooh, Dios, ¡¿qué hago!? ¡Si me muevo y me resisto continuará presionándome y nos descubrirán! ¿Y si peleo…? Peor aún, me arrancará los brazos; oh, cielo santo…”
-       Hoy te estás portando bastante bien, aunque al principio te pusieras cabezota.- besó el lóbulo de mi oreja. Entonces, me agarró del brazo y me acercó los ojos a los suyos; con una voz tenebrosa dijo:- Voy a castigarte un poco.
Me dio la vuelta con brusquedad y apenas faltaron varios centímetros para golpearme la cara contra la estantería. Y de repente, noté un impacto desde detrás. Abrí la boca en un grito mudo y me llevé las manos allí donde lo había sentido, pero Wright me agarró las muñecas al instante.
Apoya las manos en la tabla de madera- me las depositó donde dijo- e intenta no hacer ruido o te oirán.
-       ¡…! ¡Al que van a oír es a ti!- me quejé. Aún seguía notando el golpe.
-       Pues entonces haz algo para que no nos oigan.- al ver que no decía nada, insistió con voz suave- Ya sabes, se te dan bien los hechizos. Crea un campo insonorizado para que no perciban nada.
¿Un campo insonorizado? Existen hechizos como ese y otras variantes, y por supuesto, soy capaz de ejecutarlos; pero, ¿hacer magia en un lugar público? ¿Al alcance de varios humanos? Y además, ¿¡para protegerle!? Antes muerto.
-       Ten en cuenta que también es para evitar que te escuchen a ti también. A no ser que quieras que esta gente te pille recibiendo nalgadas con un libro.
Guardé silencio. ¿Qué prefería: no hacerlo y que nos descubrieran, o crear el campo insonorizado para protegerme, y, de manera colateral, a Wright también?


  Allí terminó el escrito de aquél día. Probablemente no lo terminara por falta de tiempo, aunque, conociéndose a sí mismo, apostaría a que lo dejó incompleto por vergüenza, o por miedo a que alguien lo encontrara.
  La verdad es que (y aunque le cueste reconocerlo) Astaroth acabó realizando un hechizo de insonorización. Agachó la cabeza con timidez, y, en voz baja, recitó la frase del hechizo en un extraño y arcaico idioma. Enseguida se formó a su alrededor una barrera transparente cuyos bordes hacía que se viera ligeramente distorsionado lo que se encontraba tras ellos. Los campos insonorizados son imposibles de ver, a no ser que se buscara minuciosamente una pequeña distorsión en un lugar cercano. Hecho el hechizo, Astaroth esperó inquieto a que Wright dijera algo, pero en vez de eso, recibió otro golpe en los glúteos con el libro.
-          ¡¡!!- dio un salto por la sorpresa.
-          Por favor, las manos en la estantería.- Con paciencia, Wright se las volvió a colocar.- Así evitarás golpearte la frente con la madera.
  Abrumado por la situación, Astaroth guardó silencio y agachó más la cabeza con la esperanza de que la tierra le tragara. Soltando un suspiro, el otro demonio le volvió a rodear la cintura, pero esta vez, para separar su cadera del mueble y hacer que su trasero quedara más expuesto.
-          Y no te quejes,- advirtió- al principio pensaba quitarte los pantalones.
  Astaroth tragó saliva, pero no ayudó a calmar su seca garganta. Simplemente, cerró los ojos y esperó a que llegaran los golpes.
  Y ahí llegaron.
  El primero de ellos hizo que se sobresaltara. Encogió los hombros y apretó las uñas en la madera polvorienta. A éste le siguió el segundo, y el tercero, y así sucesivamente, hasta que aprendió el ritmo y supo cuándo llegarían los próximos. Wright emitía jadeos cada vez más sonoros a medida que seguía golpeándole.
  Mantuvo una posición encogida y asustada durante todo el “castigo”; hasta que comenzó a notar un pequeño malestar en sus glúteos que más tarde se trasformó en dolor. Apretó los dientes tratando de centrarse en otra cosa que no fuera su culo.
  Entonces Wright paró. Astaroth, de espaldas a él, no podía verle, pero podía escuchar su respiración acelerada. Incluso notar parte del calor que emitía por la boca en pequeños jadeos. Pero no era sólo Wright el que jadeaba. Él también lo hacía, apoyando su peso en la tabla de la estantería, mientras le caían pequeñas gotas de sudor por la frente y hacía que el flequillo se le pegara.
  Aún tenía los ojos cerrados cuando el demonio a su espalda le posó la mano sobre los ojos. Notó cómo el frescor de su mano seca le refrescaba los párpados. Guiado por la mano, echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en lo que parecía el hombro de Wright, cuya respiración se había relajado un poco.
  Algo suave le tocó la mandíbula. Y entonces escuchó el sonido del beso.
  Wright se separó de él, y, segundos más tarde, se oyó la campanita de la puerta mientras ésta se cerraba.


        ******************************



-          Señor, ¿nos vamos ya? ¿No piensa comprar nada?
-          No, Johan. Tenía en mente pedir una colección de novelas, pero las únicas unidades que tenían ya se habían agotado.
-          Entonces, ¿volvemos a la mansión, señor?

-          Sí, volvamos a casa.- “Yo también estoy agotado Johan, y no sabes cuánto”. Pensó Astaroth con amargura, antes de volver a sumergirse en las bulliciosas calles de la ciudad. 

sábado, 18 de abril de 2015

Crónicas de un Amor Demoníaco - Capítulo 8

El atardecer anaranjado que Astaroth había visto hace rato a través de la ventana se había convertido en negro antes de lo que él creía. Las luces de los apartamentos contiguos comenzaban a encenderse por la ausencia de sol y se acercaba la hora cenar. No es que ellos lo necesitaran, era solamente otro ritual humano que habían adoptado y que usualmente repetían; así que preparaban algún plato que tuviera buen sabor y lo acompañaban de una botella de alcohol proveniente del Infierno. Y aunque al día siguiente se despertaran desnudos y en medio de lo que parecía su salón convertido en una leonera, ellos seguían disfrutando de esa íntima velada de desmadre.
  Astaroth no tenía hambre, y además se sentía fatigado. Prácticamente se había pasado el día leyendo y teniendo sexo. Salió del baño, fue al lavabo y se lavó las manos, mientras pensaba si Andrew querría algo para cenar y si debía prepararle algo, por pura cortesía. “Aunque en la nota dijo que no le esperara…mmm. Mejor lo llamo, sólo para estar seguro” pensó. Recordó haber dejado el teléfono móvil en el salón por la mañana, así que caminó hasta allí,  lo agarró de encima de la mesa de cristal y tocó la pequeña imagen de la cara de Andrew de su pantalla. Se sentó con las piernas cruzadas en el sofá de cuero negro y esperó a que respondieran desde el otro lado de la línea.
…piii-piii-piii…*Clic*
-          ¿Hola?, soy As. Te llamo por si te apetece que te haga algo esta noche…
-          As, ¿me vas a preparar algo? Qué detalle… ¡Eh!
-          … - se separó el aparato de la oreja sin saber qué contestar. Se escuchaban varias voces exaltadas de fondo. Como si varias personas se estuviesen peleando.
-          ¿As? - sonó desde el otro lado.- Ya estoy, sólo ha sido un pequeño altercado.
-          ¿Va todo bien?
-          Sí, sí, no te preocupes. Hemos capturado a unos capullos de otra mafia y uno de ellos se quería escapar. Así que no prepares nada, que yo llevaré la cena…amordazada y envuelta en cinta americana.- rió de manera siniestra. Se oyó un gemido asustado.
-          Vale. Hasta ahora.
-          Adiós.-  y colgó.

    “Ay, está hecho un sádico” suspiró Astaroth. Andrew “trabajaba” en un círculo mafioso liderado por Robert, un magnate muy conocido en la ciudad, aunque más por sus riquezas que por su puesto en la mafia. Andrew no trabajaba para él como cualquier otro, sólo de vez en cuando se pasaba por su territorio y le echaba una mano con algún asunto. Asunto que, por lo general, solía rozar la ilegalidad. Robert y Andrew cuentan con muchos años de amistad y camarería a sus espaldas. Probablemente, sólo éste último y otras muy pocas personas sepan acerca de la verdadera identidad de Robert como demonio; y viceversa.
  De esa manera, cuando deben de hacer desaparecer a alguien del mapa aprovechan y se alimentan de esa persona. Más tarde ordenaban a otros que se deshicieran del cadáver.
 
  Mientras esperaba la llegada de Andrew, Astaroth se entretuvo ordenando los viejos diarios por orden cronológico. El orden hacía que le entrara ansiedad,  y por la manera en que los había tirado antes, parecía que a Andrew eso no le importaba demasiado. Casi terminó a tiempo para el regreso del pelirrojo, que entró por la puerta pegando voces:
-          ¡As, ya estoy aquí! ¡Mira lo que te traigo!- con el último diario por colocar en la mano, Astaroth salió del despacho. En el recibidor, el otro demonio le esperaba con la misma sonrisa con la que se le regala un cachorro a un niño. A sus pies había arrodillado un hombre con la ropa sucia y la frente y las entradas sudorosas. Estaba maniatado con cinta aislante y amordazado con un trapo sucio. Miraba a todas partes con una mirada nerviosa.- Es todo tuyo; yo ya me encargué del mío hace un rato.
-          No se puede decir que tenga muy buena pinta –lo analizó con la mirada- pero gracias.- sonrió al final. Andrew agarró al hombre del poco pelo que le quedaba en la cabeza y se la echó hacia atrás.
-          Adelante. Todo tuyo.
  El hombre comenzó a agitarse cuando vio a Astaroth acercarse. A menos de un palmo de distancia, el demonio se agachó abalanzándose hacia él y le sujetó con fuerza la mandíbula. Le quitó el trapo y antes de permitirle emitir cualquier sonido, pegó su boca a la suya; no como un beso, sino como un boca a boca. El hombre abandonó toda resistencia; de repente, sus ojos parecían muertos y lejanos. Astaroth separó su rostro del de él y miró la partícula brillante que salía del muerto: una minúscula luciérnaga grisácea que flotaba con lentitud. Entonces, se acercó a ella y la engulló con la boca.
******************
 
-          ¿Cuánto hacía que no te alimentabas?- preguntó Andrew acomodándose entre las impolutas sábanas blancas de la cama. Se estaba subiendo la ropa de cama hasta la cintura, dejando el pecho desnudo al aire. Astaroth, por su parte, estaba sentado en el borde del colchón asegurando la hora del despertador verde oscuro de su mesita.
-          No sé…dieciocho días, creo.
-          Pues para no saberlo has sido muy preciso.-se arrimó a su espalda y metió la cabeza en la camiseta de Astaroth. Le rodeó la cintura con los brazos mientras comenzaba a repartir besos por su espalda.- ¿Por qué no duermes desnudo tú también?- El otro demonio le apartó la cara con un libro.
-          Chsst, atrás. Bastante me has pervertido hoy.-se tumbó y apagó todas las luces del dormitorio menos la de su mesita de noche.
-          ¿Bastante? Pero si sólo lo hemos hecho una vez…- murmuró molesto- ¿Por qué pones el despertador? ¿Mañana trabajas?
-          Sí –respondió- , pero antes de dormir voy a leer un poco.
-          Valep – Andrew se acurrucó contra el tronco del otro y volvió a rodearlo con sus musculosos brazos.
  Astaroth lo observó respirar profundamente varias veces antes de quedarse dormido, aún abrazado a su torso. “Con qué rapidez se queda dormido; parece un niño…”
  Abrió el libro (el último diario que le faltó por guardar, de 1850) y lo leyó por encima, buscando las páginas que quería.
  “Aquí está” pensó “principios de mayo:”

  
  Incluso el servicio sospecha que algo ha debido de ocurrirme, pude notarlo en cuanto Valerie cruzó la puerta de la cocina; no tuve más remedio que seguirle la corriente y fingir que salir sería una buena idea. De todas formas, debería salir, o más humanos sospecharán de mi comportamiento.
  El día se presentaba tranquilo y con las señales propias de la mezcla entre la primavera y el verano. Las calles estaban abarrotadas de carruajes y de las personas de la ciudad que cargaban cestas de ropas, fruta, flores, y otras cosas para su negocio. Ya que el calor cada vez se advertía más, ordené que me pusieran ropas de abrigo no muy gruesas, y que además, fueran de color oscuro. Isabella no era pariente mía, pero por ser su tía la duquesa una conocida era lo propio apoyar su pérdida usando vestimentas oscuras.
  Después de vestirme le advertí al chófer que al final no iríamos en coche, sino a pie, hasta la avenida comercial del centro de la ciudad. Dejó de atender a los caballos y se vistió más elegante; con el uniforme de un mayordomo. Me gusta que el servicio que trabaja dentro de la mansión se quede dentro de ella, por lo que cuando salgo a la calle me acompaña el chófer.
  Una vez estuvimos preparados, salimos dejando la propiedad en manos de las criadas. Habríamos estado expuestos al cegador brillo del sol si no fuera por nuestras chaquetas y guantes (en mi caso, también un sombrero de copa).
  Caminamos por las empedradas calles sin prisa pero tampoco sin pausa, esquivando a los niños que corrían y sin pararnos a oír las noticias que comunicaba a voces el pregonero; yo delante y el chófer detrás. Enseguida me llegó el exquisito aroma del pan y los pasteles recién hechos de la panadería de la avenida comercial, y entonces supe que ya habíamos llegado. Pasamos por delante de la veintena de elegantes escaparates de las tiendas de tocados, polvos y perfumería, joyería, etc. Y por fin alcanzamos la librería, que fue mi destino desde el principio. Mi acompañante me abrió la puerta y me dejó entrar primero. Con la apertura de la puerta se escuchó el tintineo de una pequeña campana colgada en el techo para avisar al propietario de la llegada de clientes. El olor del cuero y las hojas de los libros me hizo olvidar el de los pasteles; siempre he apreciado esa capacidad de los libros para deleitar al lector no sólo con su contenido sino también con su olor.
  La madera del suelo crujió ligeramente bajo nuestros pies mientras nos adentrábamos unos pasos en la tienda. En frente de la entrada se encuentra el expositor con la caja registradora metalizada y algunos ejemplares más caros y antiguos; todos llenos de polvo. Alrededor del expositor están las abarrotadas estanterías de madera, dispuestas casi como un laberinto y con un espacio de apenas un metro entre ellas para ahorrar espacio. Algunos tomos habían sido colocados de forma horizontal encima de otros.
  Un caballero situado frente al mostrador se tocó ligeramente el ala de su sombrero de copa a modo de saludo.
-Buenas – no iba a ser menos que él, así que también lo saludé; pero con el mismo “entusiasmo”.
  Ignoré a los presentes y me acerqué a las estanterías en busca de algún ejemplar que valiera la pena. Las obras que me había comprado hace poco ya me las había leído varias veces y ansiaba encontrar algunas otras que me atrajeran. Calculé mentalmente: un libro me mantiene ocupado dos o tres días; tres, una semana más o menos; cinco (si es que llevaba suficiente dinero encima para poder llevármelos) casi dos semanas…
  Inmerso en mis pensamientos, ignoro cuándo sonó la campana de la entrada y mucho menos, en qué momento apareció ese sujeto, pero reconozco que fue vergonzoso por mi parte el intentar ocultarme tras la estantería de madera.
-Buenos días, Mcfurry.- el sujeto saludó al hombre del mostrador el cual le devolvió el saludo. Entonces se giró y exclamó-: ¡Señor Lynne!¡Menuda coincidencia! – y sonrió. Con todo el orgullo y frialdad que pude acumular le respondí:
-Buenos días, señor Wright. – Y como si mis palabras hubieren sido una sentencia, pude predecir que algo iba a salir mal en la pequeña librería.

lunes, 16 de marzo de 2015

Crónicos de un Amor Demoníaco - Capítulo Especial

Nota: As = Astaroth (Vicent)
          


-Pfff, ¡ja,ja,ja,ja! –elevó sus manos a la altura de su cara y se frotó los ojos- …ay, ji,ji,ji…
  As podía oír y sentir los estímulos a su alrededor, pero a la vez parecía estar adormecido. Creo que él mismo sabía que tenía los ojos abiertos (aunque no pudiera ver nada) porque movió un poco los dedos de las manos y los pies, como si estuviera palpando el terreno. De pronto había girado la cabeza con pesadez a un lado y se había reído contento. Algo debió de parecerle divertido, aunque no supiera el qué. Cuando estás borracho todo parece gracioso.
-     As, oye, ¿estás bien?- le sacudí un poco el hombro, pero cayó hacia un lado y siguió riendo.
  Sonreí. La droga había hecho efecto.

                                                **************************

  Hace 25 minutos aproximadamente:
-     Andrew, ¿para qué son todas estas latas?- As me pilló en cuclillas en la cocina, con una gran bolsa de la compra llena de latas de cerveza baratas.
-     Me las ha recomendado Robert, dice que tienen un gran sabor. Una parte las estoy guardando y la otra parte las probaremos esta noche.- Me levanté y cerré la nevera.
-     ¿Esta noche? Pensaba ponerme a redactar un documento importante.
-     As, venga; seguro que la oficina no se va a ir a pique solo porque te tomes unas noches libres. Y menos aun porque te tomes unas cervezas.- Su rostro mostró una expresión inamovible. - ¡As! –cruzó los brazos, señal de que yo estaba perdiendo; necesitaba improvisar algo rápido- ¿Vas a dejarme bebiendo alcohol? ¿Aun sabiendo lo que ocurrió la última vez?
-     No me vengas con esas, sabes que el alcohol humano no nos afecta tanto a los demonios.
-     Una cantidad normal no, ¿pero qué crees que pasaría –señalé las latas de la nevera- si me bebiera TODAS estas latas? Creo recordar que la última vez que hice algo así tuviste que llamar a algunos bomberos y a tus abogados para que no publicasen el caso en los periódicos.- sus mejillas se calentaron un poco.
-     ¿¡Qué soy: tu novio o tu niñera!?- exclamó.
-     Mi novio –le besé con picardía y fui a la entrada- ¡pero también me gusta que cuides de mí!
-     ¡Vale, pero a partir de mañana me dejas trabajar tranquilo!- gritó desde la cocina.
  Jus, jus. Lo complicado ya estaba hecho, sólo me quedaba lo fácil: darle la droga y esperar a que hiciera efecto. Colgué mi abrigo de cuero en un colgador de la entrada y, esperando que As no me viera, saqué un pequeño frasco de cristal con un espeso líquido verde en su interior.
  Hace 2 horas aproximadamente:
-Toma esto.- me dijo Robert antes me irme de su “oficina”; así es cómo llamamos al lugar en el que trabaja como mafioso, una especie de oficina en la que a veces hacemos interrogatorios o cosas así. Era un frasquito con una especie de moco dentro.
-¿Y esto para qué es?- pregunté con asco.
- Esto –dijo con parsimonia- es algo que uso con Daniel algunas veces. Es una droga que es capaz de causar en seres no-humanos el mismo efecto que unas cuantas latas alcohol en humanos normales.
- ¿Lo usas para emborrachar a Daniel?
- Algo así: esta sustancia se fabrica sólo en el Infierno, y es alcohol demoníaco y droga a la vez. Imagínate lo que podrías hacer con Vincent si se lo  dieras.- Mi perversa y maquiavélica mente comenzaba a despertarse- y además, he pedido que le añadan también un efecto afrodisíaco. -Joder. Necesito ese frasco.-Te lo doy para agradecerte que vengas de vez en cuando y tal y ayudarme con algunos “trabajos”.
- Tranquilo, lo hago porque me gusta hacer esos “trabajos”. Pero no voy a rechazar el frasco. Le daré buen uso- sonreí con maldad, y Robert, conmigo.
 
  Así que sólo tengo que verter la droga en una de las latas y dársela a beber. Ju, ju, ju.
  -¡Andrew! ¿Llevas tú las cervezas o te ayudo?- la voz de mi gatito de pelo blanco me sacó de mis pensamientos.
  - ¡Las llevo yo, tu espérame en el salón!- en la cocina recogí las cervezas que había dejado sobre la encimera y las puse sobre una bandeja, además de unos ganchitos y tal, sólo para acompañar. Separé varias de las latas y las puse aparte; esas serían las que contendrían la sustancia. Pero, ¿cómo verter la droga dentro sin abrirlas? Si las abría, As sospecharía de mí.
  De repente se me ocurrió una idea tan simple como peligrosa. Abrí una de las cervezas y, tras descorchar el frasco, vertí todo el interior dentro; hasta que no quedó ni goteando. “Le ofreceré ésta, y si piensa que le he echado algo, fingiré que bebo y ya está”
  Me dirigí al salón cargado con 10 latas y varias bolsas de aperitivos variados. As estaba en el sofá negro de tres plazas con las piernas y los brazos cruzados. Se le notaba que aún seguía mustio por casi obligarle a beber conmigo. Coloqué la bandeja en la mesa baja el salón e hice tiempo colocando los víveres, por si parecía demasiado acelerado.
-     Toma, tuya- le acerqué la lata abierta. Y tal y como pensé, arrugó la nariz con cara de extrañado.
-     ¿Y por qué está abierta?- inquirió. Yo puse mi cara de inocentón, que, por lo que sé, me sale bastante bien.
-     La he abierto para probarla antes un poco. No le he hecho nada – me la acerqué, pero antes de que me tocara los labios, me la quitó de las manos.
-     Vale, vale, está bien, confío en ti.- dijo- pero es un poco asqueroso probar algo y luego ofrecérselo a otra persona. Da la sensación de que no te ha gustado y quieres encasquetárselo a otro.
-     Ja, ja, perdona- abrí otra lata- venga, brindemos.
-     Chin-chin –dijo alzando la suya.
  “Yo sí que te voy a dar chin-chin*”, pensé pícaramente.    [*:”Chinchin” en japonés significa “pene”]
  Bebió dos tragos de golpe y yo le imité. Leyó los ingredientes de la cerveza mientras la saboreaba.
-     Sabe un poco como a menta, ¿no?- murmuró- pero está buena.- Dio otros dos tragos más. Le imité y bebí yo también; pero tuve que esforzarme para no escupirla. “Está buena, dice” pensé “será que el moco verde ese le da sabor, porque la mía sabe a mierda”.
-      Mmsim está buena, sí…- Y así, de repente comenzó a reírse.
-     Pfff, ¡ja,ja,ja,ja! –elevó sus manos a la altura de su cara y se frotó los ojos- …ay, ji,ji,ji…
-     As, oye, ¿estás bien?- le sacudí un poco el hombro, pero cayó hacia un lado y siguió riendo.
  Sonreí. La droga había hecho efecto.
  Pero aún así quería estar seguro y que no se le pasaran los efectos demasiado pronto:
-      As, eh, oye – le sujeté los hombros mientras recogía la lata, que, por desgracia, había manchado la alfombra- toma. Bebe un poco más.
  No dijo nada; tenía cara de estar somnoliento, pero aún así se irguió y bebió lo que  quedaba de cerveza de un trago. Unas gotas del líquido se le escaparon de la comisura. No pude resistir la tentación. Me acerqué a él y se las limpié con la lengua. Su piel estaba, como siempre, cálida y suave al tacto.
  Al final, su cuerpo cedió por completo a la droga y se dejó caer en el suelo. Aparté la mesa de en medio para dejarnos espacio y me coloqué encima de él, apoyando las rodillas y las manos a ambos lados de su cuerpo para no agobiarle con mi peso. Empecé dándole un pequeño beso en la punta de los labios. Después, otro beso, y después de ese otro…Me fui desplazando por su comisura, mejilla y clavícula. Llegué a la oreja izquierda, y en vez de besar esa zona, la mordí; dejando pequeñas marquitas en el cartílago y lamiendo el lóbulo. As se encogió por un escalofrío y giró la cabeza hacia la izquierda. Le sujeté la barbilla e hice que me mirara. Tenía los ojos cerrados y la boca semiabierta, de modo que me lancé a por ella introduciendo mi lengua. Pegué mis labios a los suyos y nuestras bocas quedaron selladas, mientras en su interior yo recorría de todas las maneras posibles la suya.
  Conforme se alargaba el beso, fui introduciendo mis brazos bajo su cuerpo Y poder abrazarle y sostenerle. Nuestras respiraciones se habían hecho más rápidas y yo quería cada vez más. Lo achuché contra mi cuerpo de modo que su espalda se quedó arqueada y su cabeza un poco hacia atrás.
  Me di cuenta del efecto que el afrodisíaco había hecho en él por el bulto que noté en sus pantalones. Lo dejé tumbado, como antes y le quité los pantalones. Iba a hacer eso que él nunca me había dejado hacerle: le dejé puestos los bóxers grises y comencé a mordisquearle, con muchísima suavidad, por encima de la ropa interior. Podía sentir incluso a través de los dientes las palpitaciones y el calor de su pene.
  Cuando levanté la cabeza, los bóxers de As estaban ligeramente mojados, y no precisamente por mi saliva. Quizás se sintiera incómodo y necesitara correrse. Así que le quité también la ropa interior y empecé a saborearlo por esa zona; primero con besos pegajosos y luego, metiéndome su miembro ya erecto en la boca.
-     Ah…- en cuanto lo hice As retorció un poco el pie y arañó la alfombra con las uñas. Seguí acariciándolo con mi lengua cada vez más rápido, sacándolo y volviéndomelo a meter en la boca, una y otra vez. As arañaba con cada vez más fuerza la alfombra hasta que arqueó la espalda y eyaculó en mi boca.- ¡Ahh!
  Ahora respiraba con más fuerza que antes. Además tenía el cuello lleno de sudor. Entonces me llevé las manos a la cabeza: “¡Hostia! ¡Creo que no nos quedaba lubricante!” pensé “Bueno, espera…”.
  Algunas veces lo hemos hecho sin lubricante pero esa vez no quería arriesgarme a hacerle daño. Quizás la idea que se me había ocurrido no fuera la mejor en estos casos, pero era la única que tenía. Así que escupí su semen en mi mano (aún lo llevaba en la boca), y, colocándome una de sus rodillas en el hombro, le esparcí el semen a modo de lubricante.
  Introduje primero el dedo corazón y en seguida el índice, abriéndolos y cerrándolos en forma de tijeras para dilatar la entrada y tratando que el interior quedara resbaladizo. Cuando calculé que ya estaba lo suficientemente abierto, introduje tres dedos y presioné.
-     ¡…ah!- gimió de repente, abriendo un poco los ojos. Seguí presionando de forma reiterada-¡…mm! ¡A-ann-drew…! –le miré a la cara. Se le habían caído a un lado las gafas, sus mejillas estaban enrojecidas y tenía los ojos medio abiertos. Joder, cómo me puso. -…a-así n-nno…ah…- gimió de nuevo.
  Sonreí; yo tampoco podía aguantar más. Hice caso de lo que me pedía: me desabroché el pantalón y me introduje en él.
-      Ah, ahah,…- arqueó la espalda y arañó la alfombra hasta que, ésta vez, la rasgó varios centímetros. Me incliné hacia él para apoyar mi cabeza en el hueco de su cuello. De inmediato comencé a moverme, aumentando el ritmo y la amplitud de mis movimientos de forma paulatina. As, por su parte, me rodeó los hombros con los brazos mientras yo comencé a hacerle chupetones en el pecho.- An-ndrew…te…qu-quiero
-     ¿Qué?- murmuré sin parar de moverme.
-     Qu-ue te qu-quiero…ah…-volvió a susurrar.
-     Ah…repítelo
-     Te qui-quiero.
Me separé un poco de él, lo suficiente para poder mirarle a los ojos. Nos miramos un instante, antes de besarnos mientras nuestras respiraciones y jadeos se entremezclaban.
-     Yo también te quiero…

                               ******************************

-      ¿Entonces no te acuerdas de nada?- exclamé medio ofendido la mañana siguiente.
-     (Aay) nooooo – respondió con voz cansina un montón de sábanas y mantas, en cuyo interior se encontraba envuelto As.
-      ¿¡Pero nada!? –volví a exclamar.
-     Andrew, por favor, me palpitan las sienes y me va a estallar la cabeza.-gimió con voz débil.- Ya te he dicho que no me acuerdo de nada a partir de la primera cerveza…
-     Pues me dijiste que me querías – lloriqueé como un niño.
-     ¿Eh?
-     Nada – suspiré- que ya te avisé de lo que pasa si los demonios bebemos mucho – abracé el montón de sábanas y lo besé; guardándome para mí mismo las dos palabras que más feliz me han hecho en todos los cientos de años que llevo de vida.


viernes, 6 de febrero de 2015

Crónicas de un Amor Demoníaco - Capítulo 7- Recuerdos impertinentes

Astaroth dejó a un lado el antiguo diario. Prefería seguir rememorando los sucesos y sentirlos con vividez (como había estado haciendo desde el ataque a Isabella) que leer sólo lo escrito en su diario.  Las líneas escritas no conseguían transmitirle la pizca de emoción que necesitaba en ese momento. Se tumbó en la moqueta blanquecina del despacho y se despeinó los cabellos con cansancio; leer le había aletargado más de lo que pensaba.  Cuando cerró los ojos se adentró por completo en sus  recuerdos:




  Al ver la velocidad con la que se movía su oponente, Astaroth alargó con rapidez sus uñas y dientes hasta convertirlos en garras y colmillos para defenderse. Al mismo tiempo, Wright se convirtió en una mancha borrosa indistinguible para el ojo humano; y a pesar de la distancia que los separaban, llegó hasta su “presa” superando la velocidad del sonido y se abalanzó sobre ella. Ésta no se esperaba que, en vez de atacarlo, lo rodeara con sus brazos, por encima de sus codos. Sorprendido, Astaroth abrió los ojos de par en par y bajó la guardia.

  Entonces Wright lo besó.

  Astaroth, sin apenas aire, se revolvió en el agarre del otro demonio, pero lo apretó aún más entre sus brazos.
-          ¡Nnn…!- se quejó Astaroth de dolor. Así que, sin poder hacer nada, apretó los puños y los mantuvo a ambos lados del costado.
  
  Los labios del joven pelirrojo eran rudos y nada cómodos, pero cuando vio que el otro parecía haberse calmado, los ablandó y comenzó a moverlos. Le obligó a abrir la boca empujando con fuerza contra sus labios. Cuando la abrió, introdujo un poco la lengua, acariciando los colmillos que el otro había sacado antes. Le transmitió su calor con sus labios y con roces húmedos de su lengua. 





Inconscientemente, Astaroth recorrió el contorno de su boca con la punta de su lengua; empezaba a notar una pequeña pero agradable calidez en la parte baja de su estómago.
  
  




  Un momento más tarde, lo liberó y por fin su presa pudo tomar aliento. Reunió en la boca un poco de la saliva que Wright le había obligado a tomar y la escupió con asco sobre una lápida. Sus ojos se tornaron de un agresivo tono azul y sus pupilas rajadas se empequeñecieron de rabia. Dejó salir un prolongado  gruñido, pero antes de que pudiera decir nada, Wright alzó una mano y tomó la primera palabra.

-          Antes de que hagas o digas nada, déjame advertirte de que, como ya habrás supuesto, conozco tu verdadera naturaleza como demonio. Y como también habrás adivinado, debes tener cuidado si piensas acusarme de algo, – recitó con calma- ya que del mismo modo, yo también te delataré. Y no pienses tampoco en matarme; sé que no eres de los demonios más fuertes del Infierno, ni siquiera has podido escapar de mi agarre así que tratar de eliminarme sería una tontería. Por no hablar de que soy algo más de 20 centímetros más alto que tú. –Pareció haber terminado su discurso, pero entonces susurró al viento:- Astaroth.

******************

  Se encontraban todos colocados alrededor de una brillante lápida de granito con letras en relieve que rezaba: “Isabella Marie Auguste Miller (1833 Enero-1850 Abril)”. Delante descansaban los restos enterrados de la chica y sobre ella, decenas de flores coloridas que habían traído los presentes. Detrás de la lápida, el cura de la parroquia recitaba párrafos de la Biblia que tenía abierta sobre una mano. Algunos, en especial mujeres, habían sacado sus pañuelos de seda y derramaban silenciosas lágrimas de pena.

Astaroth, situado al final del corro, no escuchaba el sermón. No sólo porque sus hábitos de demonio le empujaran a rechazar lo relacionado con la religión, sino porque a sus espaldas se había colocado el odiado demonio pelirrojo.

  Al principio notó sólo un pequeño roce en la parte baja de la cintura, después una caricia. Más tarde era total y plenamente consciente de que Andrew Wright le tocaba el trasero, le agarraba las nalgas con ambas manos y de que incluso, se había atrevido a introducir la suave punta de sus dedos en los laterales del pantalón. Teniendo en cuenta la advertencia que le había hecho hace un rato, Astaroth se mantuvo quieto y en silencio como si no pasara nada para no llamar la atención. Dejó sus manos quietas durante un momento, y como si se le acabara de ocurrir una gran idea, introdujo una mano en el bolsillo delantero izquierdo del sorprendido Astaroth. La mantuvo allí dentro sin moverla hasta que, ni corto ni perezoso, la dirigió hasta su entrepierna, aún en el interior del bolsillo.
 
  Notó el calor corporal de sus dedos  a través de la tela.
  La tensión almacenada en sus hombros durante los últimos minutos.
  El tono rojizo de sus orejas.
  El ligero temblor que hacía sacudir sus manos, apretadas a los costados.

  Acercó su cuerpo al suyo, con las piernas rozándose y su propio pecho contra la espalda de él. A pesar de que no era la zona más próxima a su piel, Astaroth no pudo despejar de su cabeza la imagen de su pelvis contra su…ejem, trasero.
  
  



 Y de repente, esa calidez que había comenzado a sentir hace un momento se intensificó y descendió hasta su miembro. Despegó la espalda de la moqueta de golpe y se cubrió la zona con las manos.
“Joder, no puede ser”, se rozó un poco con los dedos; notaba bajo ellos un nivel de calor nada normal. ”¿Me pongo así sólo por recordar ?¡ Sólo han pasado unas horas desde que nos hemos acostado!¿¿Cuándo me he convertido en un pervertido??”
Por otra parte, la sensación tampoco estaba tan mal. Apretó un poco más las manos y sus manos cooperaron a calentar la zona. Exhaló un suspiro. Agudizó el oído para comprobar si escuchaba la presencia de Andrew en el piso, y cuando estuvo seguro de que no había nadie más que él, salió silenciosamente (aunque eso sí, volvió a entrar para ordenar los cuadernos).

  Caminó en silencio por la casa hasta llegar al baño. Era pequeño y estilo francés, así que dentro sólo se encontraba el inodoro. Receloso, Astaroth cerró la puerta con pestillo para evitar una posible situación embarazosa. En total silencio y evitando mirarse, bajó una mano y la introdujo en su pantalón. Tenía que empezar ya o comenzaría a dolerle. Se palpó un poco con la palma y después se agarró el miembro. Se apoyó en la puerta al sentir un escalofrío. Y entonces comenzó a mover la mano. Pensó en Andrew; en cómo sonríe, curvando una comisura de la boca más que la otra; en su fuerte y ancha espalda desnuda mientras duerme; en las pequeñas gotas de agua que caen serpenteantes de su cabello tras ducharse; la manera en la que lo acariciaba mientras tenían sexo…
El ritmo fue aumentando más y más hasta que Astaroth jadeó con fuerza y llegó a un nivel culmine de placer y calor. Su mano quedó sucia y pringosa. Se la limpió con papel higiénico mientras su respiración se ralentizaba. Después tiró el papel al váter e hizo que se fuera por las cañerías.
  “Andrew se va a enterar de haberme pervertido hasta este punto…”

 



El cura cerró su Biblia y anunció el momento del minuto de silencio. Todos agacharon las cabezas con tristeza y dejaron que sólo se escuchara el silbido del viento hasta que se terminó el funeral.

  Mientras tanto el chófer del archiduque Lynne estaba apoyado en los laterales del coche de caballos en la salida del cementerio. Esperaba, como los otros chóferes allí presentes, que llegara su jefe para transportarlo a su mansión. Lo que no se esperaba era que éste avanzara hacia él con pasos rápidos y le ordenara llevarlo a casa de inmediato.

-          Señor, ¿le ha ocurrido algo?- preguntó con extrañeza, pero apenas terminó la frase el otro le interrumpió:
-          Conduce a casa. Enseguida- su cabello blanco estaba alborotado y el tono de su voz no parecía admitir peros. Se metió en la cabina de pasajeros y cerró la puerta de un portazo. Durante el viaje de regreso a la mansión no dijo ni una palabra.

******************


-          Madre, en serio, ¡algo le pasa! De las cuatro veces que ha entrado esta mañana en la biblioteca en ninguna ha leído nada sobre Shakespeare o Aristóteles, ¡ni siquiera de Da Vinci! Y lo sé porque entré a comprobar los libros.
-          ¡Valerie! ¿Qué eres: una criada o una acosadora?-la jefa de cocina blandió un cuchillo medio enjabonado contra su hija- ¡Coge esta bandeja y sirve el almuerzo! ¡No quiero oír ni una palabra más sobre tus teorías acerca del señor Lynne, ¿entendido?!

  La mujer se dio la vuelta y siguió lavando los cacharros de la cocina. Su hija Valerie resopló, cogió la bandeja y la depositó en el carrito junto a los otros platos. Miró con odio a otra de las criadas, que se reía con disimulo de ella, y salió de la cocina empujando el carrito.

  Ese día hubo más comida de lo habitual ya que el señor de la casa no había comido nada desde la tarde que volvió del funeral. La joven sirvió el almuerzo en silencio y con recato, como se esperaba del servicio. Mientras lo hacía, una idea le rondaba en la cabeza, y Astaroth lo sabía. Con las manos entrelazadas  y los codos apoyados en el reposabrazos, llegó a la conclusión de que la idea de Valerie quizás no fuera tan mala.

-          Señor, permítame decirle que, bueno, parece un poco…ausente. E incluso triste.- el hombre sentado en la butaca levantó la vista y fingió sentir sorpresa.
-          ¿Ah, sí?- sus ojos parecieron inocentes a través de las gafas.
-           Sí, y…aunque sé que no es de mi incumbencia, a lo mejor le animaría salir o…
-          Tienes razón. ¿Por qué no? Saldré en cuanto termine de comer. ¿Podrías comunicárselo al chófer, Valerie?- le sonrió.
-          ¡Por supuesto!- la chica le devolvió una sonrisa más amplia y salió a cumplir la orden.

Astaroth no hizo más que verla marcharse. Se oyó un maullido y al bajar la vista encontró a su gato sentado en el suelo. Lo cogió y sentó en su regazo mientras ronroneaba de forma melosa.
-          ¿Has visto qué fáciles de engañar son los humanos, Chef?


Deseó que ojalá hubiera sido esa la única vez que le pasaba algo parecido, pero por desgracia, su extraña “amistad” con el recién llegado Andrew  Wright acaba de empezar. De haber sabido lo que ocurriría más tarde de habría quedado en la mansión.